jueves, 14 de enero de 2016

VIDA DE SAN VICENTE, NUESTRO PATRÓN

Vicente descendía de una noble familia aragonesa pues su padre , Euticio, era hijo del cónsul de Zaragoza Agreso. El nombre de su madre era Enola, natural de la ciudad de Huesca.
Desde muy pequeño estudió bajo la dirección del Obispo de Zaragoza, Valero. Fue Vicente nombrado Arcediano, o sea el primero de los siete diáconos que solía haber en las primitivas iglesias.
El Obispo Valero, ya anciano, era tartamudo y tenía grandes dificultades en la predicación por lo que encomendó este trabajo a su diácono Vicente. Cuando a finales de 303 entró Daciano en Zaragoza, lo primero que hizo fue apresar al Obispo Valero y a su diácono Vicente. Pero el mandato imperial le obligó a salir rápidamente de la ciudad y ordenó se les hiciera ir, maniatados, a Valencia.
Allí comenzó el interrogatorio, y como el obispo tuviera dificultades para responder debido a su tartamudez, tomó la palabra Vicente. Resultado de este primer interrogatorio fue condenado al destierro a Valero y comenzó los tormentos contra su arcediano.
Había en los tormentos de los mártires varis grados, que se iban aplicando sucesivamente, con el fin de hacer vacilar su constancia.
El primero de los tormentos era el potro o ecuelo consistente en un aspa de madera en cuyos extremos se fijaban manos y pies para descoyuntar los miembros al extender el aspa. En él extendieron a Vicente y después de descoyuntar todos sus miembros lo desgarraron con garfios de hierro. Luego se le colocó sobre un lecho incandescente, supremo grado de tortura, según dice Prudencio. Vicente salió triunfante de la prueba, y fue arrojado en una mazmorra. Se le encerró en calabozo estrecho, descrito por Prudencio, que lo debió visitar, en estos términos: “En el sitio más bajo de la prisión hay un lugar más negro que las mismas tinieblas, cerrado y estrangulado por las estrechas piedras de una bóveda bajísima. Allí se esconde la eterna noche, sin que jamás penetre un rayo de luz. Allí tiene la horrible prisión su infierno”. Esta de este genero de calabozos siniestros, llamados “Tullianum”, Salustio y otros escritores latinos.
En este calabozo fue metido Vicente, introduciendo sus pies en unos cepos de madera, de modo que sus piernas estuvieren violentamente separadas una de otra; y a fin de que la víctima no pudiera encontrar reposo, sembraron el suelo de pedazos de cacharros puntiagudos.
Estando Vicente en la cárcel sufriendo este tormento sucedió un milagro que cuentan tanto las actas como Prudencio: De repente se iluminó el calabozo; el suelo, cubierto de guijarros puntiagudos, se convirtió en una alfombra de flores, y mientras tanto, los ángeles recreaban los oídos de Vicente con suavísima melodía. Enterado de lo que pasaba, Daciano dio órdenes para que trataran al mártir con toda consideración y curaran sus llagas. El carcelero, que se había convertido al cristianismo, ejecutó la orden gozoso; preparó un lecho mullido a Vicente, le acostó en él y dejó entrar a los cristianos en el calabozo. Entre demostraciones de cariño exhaló Vicente su ultimo suspiro.

Al enterarse Daciano de la muerte del mártir, mandó tirar su cuerpo en el campo, para que fuera pasto de la fieras y aves de rapiña; pero, por singular providencia, fue respetado por todas.
En vista de esto, se le metió en un saco cosido, del que pendía una piedra muy pesada, y se le arrojó en el mar; pero las olas le sacaron a la orilla, cubriéndole de arena. Allí quedó, hasta que, años más tarde, fue extraordinaria. San Agustín predicó cuatro sermones en el día de su fiesta. San León Magno parece haber tenido también un sermón el día de su festividad, en Roma. Allí mismo existían, en la edad Edad Media, tres iglesias en su honor. Pero lo más sorprendente de todo es el culto de que fue objeto en la Dalmacia. También en Francia el culto de San Vicente está muy extendido. Se le conoce como patrón de los viñadores.